sábado, 15 de octubre de 2011

[El hombre que fue adicto al sexo]

Cuando asomó la cabeza por encima de la almohada ya eran más de las diez de la mañana. Siempre, en aquella situación, le resultaba difícil reconocer si se encontraba despierto entre paredes y una puerta cerrada, o si por el contrario, continuaba enredado en otra historia más de otro sueño recursivo. En pocos segundos su cuerpo estirado empezó a reaccionar, a cruzar impulsos entre cerebro y bostezos. Lo primero que pudo descubrir es que estaba desnudo, lo segundo, ella también lo estaba.

Fue el primero en incorporarse. No le hizo falta encender la pequeña lámpara, que con soberbia, se encontraba de pie en su mesita de noche. La habitación estaba en calma y en desorden. La habitación, semi-oscura, expresaba una mañana adolescente apunto de entregarse al auge de su madurez, mientras tanto ésta parecía divertirse dejándose mezclar entre crepúsculos y sombras. Toda gota de luz se introducía desde el lado amable de la ventana. Toda gota de luz tropezaba en mitad de la habitación.

Empezó a vestirse mientras se preguntaba qué había sucedido durante las últimas horas, hizo intención de encenderse un cigarro pensando que era una buena idea para relajar su garganta áspera, pero al girarse y volver a verla se precipitó sobre él esa pausa que aparece cuando se observa en silencio el cuerpo desnudo de otra persona. Ella todavía se encontraba en su sueño profundo. Su rostro equilátero describía distancias en curva hacia sus ojos caoba y su boca rosa. Su cabello negro caía por todo el plano de su espalda hasta encontrar límite en los alrededores de su cintura. Luego su pubis al descubierto, después, sus muslos tangentes articulados entre longitud de pierna y rodilla. Cada parte de su cuerpo era grito y provocación.

Todo el viernes trabajando había encontrado su recompensa en la noche del inicio del fin de semana – tan solo quiero un poco de diversión – decía. Siempre acudía al mismo bar, luego veía al mismo dueño, y después a las mismas camareras destapando sus pieles canela. No era la primera vez que se veían, a él le gustaba que le sirviera sus copas de hielo con licor mientras echaba visión para conocer con quién despertaría al día siguiente.

Él era atractivo, pero realmente era su carisma y su saber mentir quienes garantizaban su dosis adictiva de sexo. Fin de semana tras fin de semana dosificaba su receta médica, ésta era siempre la misma, buscar sexo de no amar, abusar de todas las partes buenas del amor de mentira, y cuando ellas pedían abrazo él se hacía delgado y desaparecía. Sin embargo aquel viernes fue distinto, ella sin saberlo quiso sonreírle mientras le servía su copa, y él, por su propia inercia, le correspondió con su carisma y conversación interesada. No supo cuando fue el momento exacto en el que ambos decidieron pasar la noche juntos, pero eso ya le daba igual, ahora lo importante para él era sacar las llaves de su abrigo, abrir la puerta de su apartamento y poner dirección hacia su cama. Luego rasgaron sus cuerpos de manera consensuada. Él entregado a ella. Ella solidaria al placer en pareja. Estuvieron cohesionando sus cuerpos entre respiraciones sin ritmo y gritos contenidos, todo envuelto de movimientos flexibles con la intención de despertar unos órganos en calma. Se frotaron y sexaron con fuerza, arrugaron sábanas, moldearon su colchón duro de muelles delatadores, y mientras él caía agotado por el éxtasis, ella dejó caer la voz al suelo al sentir que su cuerpo implosionaba violentamente hacia dentro. Luego sudor y peso de cansancio. Minutos después durmieron como no habían pensado dormir aquella noche, y cuando el reloj pasaba de las diez de la mañana, él asomó la cabeza por encima de la almohada.

-¿Qué hora es? – Dijo ella asustada al despertar bruscamente y sentirse ridícula al verse desnuda en aquella situación.

- Son más de las 10:00h, pero quédate, puedo prepararte algo de café – Dijo él ya incorporado de la cama, semivestido con el torso desnudo.

No, no…debo de irme ya, se está haciendo tarde. –dijo ella con voz de dolor de sienes mientras empezaba a buscar una pastilla en el caos de su bolso.

¿Cómo?, ¿quieres irte ya, tan rápido?, quédate y hablamos tranquilamente mientras desayunamos – continuó él algo inquieto.

- ¡Hablar!, ¿de qué?, no querrás ahora mi número de teléfono y que quedemos la semana que viene para ir al cine y comer palomitas – dijo con una sonrisa maliciosa casi iluminando la otra mitad de la habitación. - No cariño, creo que tú y yo ya hemos agotado nuestro turno de noche – concluyó de forma rotunda.

Se incorporó de la cama y comenzó a vestirse, a ocultar bajo las telas su pubis, su pecho redondo y toda exhibición de sexo. Su rostro todavía tenía el reflejo de las sábanas de la cama y su cabello liso ahora se desplomaba libremente como si quisiera tocar el suelo. Se fue como vino, con maquillaje asimétrico y llena de energía bajo las arrugas de su ropa. Cerró la puerta y mientras bajaba hacia la calle en los escalones iba escribiendo el ruido de sus tacones. Luego un silencio apretado como si quisiera escaparse por debajo de la puerta.

– Se ha ido. Se ha ido y ni siquiera me acuerdo cómo llegó hasta aquí – Se decía así mismo mientras intentaba entender qué había sucedido. Ella ya no estaba. Todo empezaba a ser desconocido. Nunca había experimentado aquella sensación, esa angustia escondida en las costillas y que acaba por debajo del pecho poniendo todos los nervios mirando hacia arriba. Ahora era soluble y por primera vez tenía miedo de saber que había perdido. Por primera vez pudo sentirse des-diogenizado de sexo, sin apetito de cama. En aquel preciso momento supo que su adicción al sexo había terminado. Él se encontraba en esa etapa de la vida donde se alterna bodas de amigos con los funerales de la familia de mayor edad. Miró el calendario. El tiempo no se pega con pegamento. Luego se dio cuenta que el mes había terminado y arrancó la hoja. La habitación seguía en desorden y en calma, con más silencio de lo normal…

domingo, 2 de octubre de 2011

[El mal abrazo]

Los amantes existen para dar expresión a las emociones, agitar los orgasmos y salir a la calle para jugar a las manos. Todo es transparente y elástico, pero también frágil e inestable como un plato vertical esforzándose por no perder el equilibrio, y cuando éste cae, entonces, el dolor se agarra a la pena, los miedos ridículos se fusionan, y todo, completamente todo, se diluye tan rápido que queda atomizado y suspendido en las farolas. Luego asoma la lágrima pensando en su líquido de pupilas.

Se habían amado tanto que no llegaban a recordar como eran sus vidas antes de haberse conocido. No podían imaginarse separados en diferentes lugares o simplemente actualizándose en vidas paralelas. Sus viajes completos de hotel y de sexo, los paseos de noche por una ciudad encendida de bombillas, las tardes de café planificando sus vidas juntos habían calado hondo en la pared emocional que compartían ambos. El tiempo ya había empezado a girar muy rápido y el polvo podía verse en los rincones. Las sonrisas ya habían caducado, y lo único que quedaba de ellos era muchas fotos que cínicamente levantaban la mano y decían – ¡Ahora somos recuerdos! -

El dolor y la pena se abrazaron. Sus gargantas eran nidos de lija y el pecho de la tarde ya tocaba el cemento de las aceras.

¡Dios, no sabes cuanto te he querido! – exclamó él –
No sabes cuanto quiero que volvamos a sentir lo mismo – Contestó ella sin fuerzas –

Empezaron a entristecer el espacio. Sus pupilas empezaban a mezclarse en su combinación de agua y pena salada. Más dolor, más estado de ánimo sin hueso. Luego se dijeron adiós, giraron las espaldas y empezaron a llorar cada uno como mejor sabía. Ella lo hacía con color rojo en los ojos. Él con un hueco incómodo en el estómago. Ella le seguía queriendo. Él sentía que se estaba equivocando, pero eso ya daba igual porque ya hacía tiempo que sus expresiones ya no transmitían emociones…