domingo, 27 de noviembre de 2011

[El hombre que apareció al lado de un árbol]

Se podría decir que a veces es necesario romper los cristales para que los sueños entren por las ventanas o al menos eso puede pensar un hombre cuando cree que está muerto. Puedo prometerles que cuando me fui a dormir estaba bien vivo, me acuerdo perfectamente. Todo comenzó en la combustión de una noche de luces puntuales y con temblores de mosquitos. De alguna manera, que todavía desconozco, aparecí al lado de un árbol; un árbol que no tenía pinta de viejo, más bien todo lo contrario, un árbol joven y flexible para soportar ese tipo de viento musculoso que es capaz de doblar espaldas y espinas. Sobre mi aspecto puedo decirles que no era elegante, más bien era extraño, es decir, podía ver como todos los pájaros se reían de mí, de mi ropa, de mi forma de vestir. Evidentemente debía de tratarse de un sueño porque es conocido por todos que los pájaros no ríen, a no ser (y aquí dudo yo) que mi aspecto fuera tan ridículo que diera lugar a ello. Cansado de tantas burlas se me ocurrió que andar podría ser una buena idea, como seguir un camino de baldosas amarillas. Así lo hice. No habían pasado ni cinco minutos cuando pude ver una pareja fornicando, bueno, más que fornicar podría decirles que estaban haciendo el amor ya que en todos sus movimientos había sencillez y delicadeza. Me detuve (sí, debe de ser un sueño porque todos tienen su parte erótica) y sin ningún tipo de pudor me quedé de pie observándolos.

– ¡Se puede saber por qué nos miras! – me dijo la pareja sorprendida.
– No os estoy mirando. Sólo aprendo cómo se expresan vuestros cuerpos – Les contesté con mucha seguridad.
– ¿De verdad que sólo quieres aprender?, pues acércate y únete a nosotros.

Cuando me acerqué la pareja comenzó a desvestirme, empezando primero por la camisa y después por el pantalón a cuadros que llevaba. Sentí alivio en aquel preciso instante, dejé de sentirme ridículo. Luego ni fornicamos ni hicimos el amor. Luego dimos lo mejor de nosotros mismos, bailamos y cantamos desnudos toda la tarde. Bailamos y cantamos hasta que el cielo se hizo rojo y el sol dejó de ser un sol.

– Nosotros nos vamos a ir, no queremos llegar tarde a casa – dijo la pareja después de mirar la hora en un antiguo reloj de mano que tenían escondido bajo un montón de ropa.
– ¿Tan tarde es?, a ver, dejarme mirar también – continué tratando de coger el reloj
– ¡No, no, suelta, suelta…!

Hubo un pequeño forcejeo pero lo suficiente para que el reloj resbalara y se quebrara en el suelo. El reloj se hizo de mecanismos sueltos y pequeños engranajes que empezaron a girar libres pero sin hacer tic tac.

– ¡Ay, mira lo que has hecho! – exclamó la pareja.
– Lo siento, no quería romperlo, ha sido un accidente. Por favor, no os enfadéis conmigo, os puedo comprar otro.
– ¡Cómo vas a comprar otro si era el último que quedaba!
– ¿Ya no quedan más relojes? – pregunté con curiosidad y asombro.
– No, ya no quedan más relojes. Estarás contento por lo que has hecho, ya no tenemos referencia para el tiempo. ¡Ya nunca sabremos la hora qué es, si está cerca o si está lejos! – dijo la pareja poniéndose aún más nerviosa y echándose las manos a la cabeza.
– No exageréis. No será para tanto.
– Señor, no subestime la avaricia del tiempo.
– No lo subestimo, sólo pienso que todo lo que me está ocurriendo es absurdo (está claro, es un sueño porque todos tienen su parte absurda).
– De verdad eso piensa. Pues diga con nosotros, uno……………dos……………tres.

Conté hasta tres junto con la pareja. La distancia pasó a ser número pausa y número. Creo que las matemáticas hicieron enloquecer la inercia del tiempo. Mi cabeza empezó a agitarse a mucha frecuencia hasta entrar en resonancia. Los relojes rotos, en un intento desesperado, trataban de resurgir y recuperar el liderazgo de su boca, pero todo era inútil, el tiempo ya no tenía barreras, estaba desbordado y discurría sin piedad ni miramientos. Luego tuve la percepción de abrir los ojos y sentirme como me siento ahora, con la sensación de que todo ha pasado muy rápido, con toda esta oscuridad, con toda esta humedad, con todo este olor de saber que estoy enterrado bajo tierra. Lo peor de todo es que ya no distingo si estoy muerto o si sigo atrapado en la inercia temporal de un sueño en el que no puedo despertar porque todos los relojes están rotos…