domingo, 15 de enero de 2012

[El regalo que eligió a Helena]

Una navidad de saldo quiere decir que está tan desgastada que hasta las luces de las calles parecen cansadas. La Navidad del 2054 lo era así, apretada en sí misma para sobrevivir a toda costa, fruto de ello era por ejemplo que el plato principal de las cenas fuera el pescado y no el pavo, entre otras cosas porque éste se había convertido en un animal tan inteligente que ya era imposible atraparlo. Otro ejemplo era que en lugar del típico discurso de Navidad del rey ahora éste contaba un cuento a los más pequeños. Resultaba curioso verlos ahí sentaditos mirando a un rey de verdad como si fuera un dibujo animado. Pero quizás los más relevante era que la gente ya no podía decidir qué regalo comprar, es decir, ahora los regalos decidían a quiénes querían ser regalados, y es aquí donde comienza nuestra historia porque quién no ha tenido que comprar en alguna ocasión ese juguete perfecto a esa personita tan pequeña respirando ilusión por recibirlo. Y allí fui yo, a la tienda de juguetes preguntando a cada uno si quería ser el regalo perfecto para mi pequeña hija pero unos decían – ¡no, no, tu aspecto es demasiado pobre! – otros – ¡imposible, necesitas primero llenar tu cartera con billetes de muchos colores! – y otros, simplemente, giraban su rostro enseñándome su alto precio pegado en la espalda. Me sentí frustrado el tiempo suficiente para encontrar en el fondo de un pasillo, con aspecto de estar olvidado, una estantería llena de pequeños muñecos de algodón y trapo.

– ¿Por qué hay tantos conejos de peluche? – pregunté a una dependienta.
– Eran de un hombre que le salían por la boca y como no sabía qué hacer con ellos decidió dejarlos ahí.

No me hizo falta preguntar si querían ser el regalo perfecto para Helena pues con sólo acercar la mano a uno de ellos pude notar como se agarraba a mi brazo. Era blandito, espumoso, y lo suficientemente inteligente para decir: – “¡seamos amigos!”. Es por tanto que pedí que lo envolvieran en papel de regalo y me fui a casa. Cuando se hizo de noche, junto a mi esposa, nos introducimos como dos gatos sin botas para no hacer ruido en la habitación de Helena, luego dejamos el regalo en los pies de su cama. Al día siguiente nos despertó su alegría desatada. No paraba de subir persianas, de abrir puertas y ventanas. No paraba de entregar luz a toda la casa.

– ¡Mami, papi, mira, mi regalo, mi regalo, he sido buena!
– ¿A ver?, ¡qué ilusión cariño!, ¡ábrelo, veamos que te han traído!

El papel de regalo quedó descuartizado en el suelo en cuestión de segundos. Las manos y los ojos de nuestra pequeña  no paraban de temblar de entusiasmo pero de repente su voz se arrugó de dolor como si también fuera de papel de regalo:

– ¡No, no, este no es mi regalo! – dijo Helena sujetándose con fuerza para no llorar.
– ¿Cómo que no es tu regalo?
– ¡Este es un regalo para niños pobres y yo no quiero que digan que soy pobre!
– ¡Escúchame Helena! – le dije con voz firme - no somos pobres, somos sencillos y honestos, por eso reímos y besamos con ganas, ¡que nunca se te olvide eso! – terminé mirándola profundamente a sus ojos ya con las primeras lágrimas. Luego Helena, llena de rabia, lanzó el muñeco por la ventana y se fue llorando a su habitación. Yo también lloré, con lágrima salada y que escuece, lloré sin vergüenza. Estaba realmente decepcionado y no sé si era por ver a mi pequeña hija hundida en su tristeza o por ver como empezaba a desprenderse de esa humanidad que tanto necesito encontrar en ella. Fue un día penoso y de pocas sonrisas. Después, durante la madrugada mientras dormíamos, su dulce vocecilla nos despertó de la cama:

– ¡Mami, papi!… creo que hay una persona dentro de mi armario.
– ¿Cómo dices cariño? – le dije todavía con sueño pesado.
– Hay alguien en mi armario y tengo miedo.

Fuimos los tres a su habitación para tranquilizarla y convencerla que no debía tener miedo de nada, pero cuando entramos vimos que estaba en lo cierto. La puerta de su armario convulsionaba como si tuviera espasmos. Decidimos abrirla y en ese mismo instante descubrimos al conejo de peluche tiritando de frío. Su mirada estaba inyectada de angustia, y parecía humana. Sus patitas de trapo estaban cuarteadas, y parecían humanas. Su cuerpo blando estaba sucio, y parecía humano; después hubo un silencio absurdo como si en cualquier momento fuera a sacar un cuchillo de cocina, pero eso no ocurrió, sólo extendió sus bracitos de hilo y con una sola voz dijo:

– ¡Estamos en Navidad, tan sólo quiero un poco de amor!…


sábado, 7 de enero de 2012

[En el vapor de la noche]

En el vapor de la noche
las constelaciones se encienden
con filamentos eléctricos. 
Gigantes
o diminutas personas
se asoman por encima de mis hombros,
y existe una bonita flor
con bellos ojos
que le gusta crecer
debajo de mi ventana.

A la Luna, los niños sueñan,
A las palabras, caligrafía obediente,
A los jardines, color para la tierra,
y  todo el mundo sabe que cuando los locos lloran
es porque están enamorados
y desesperados gritan:

«¡Oh!, te amo,
te amo,
no sabes cuánto
te amo»

Y todo es luz,
todo es abrazo,
toda sonrisa da origen a nueva vida,
hombres suspirando a mujeres,
mujeres que dan la mano a los hombres,
mientras tanto
los locos lágrima a lágrima siguen llorando   
para que el mundo siga en su rueda.

Hoy te has entregado 
elegante y con ganas del futuro que hay en nosotros,
la tarde no ha sido tarde  
hasta que mis brazos se han roto en tu cintura.
Luego saliste de la habitación,
todo se hizo tan extraño
las cartas,
los cuadros,
los espejos,
todo, completamente todo,
y no pude evitarlo,
salí corriendo tras de ti para decirte:

«¡Oh!, te amo,
te amo,
no sabes cuánto
te amo»

                                  La lágrima siguió a su lágrima,
                                  los locos aplaudieron…