Pierdo
el sentido de la mañana, las aceras florecen, hay gente sin voluntad de
regresar a sus casas, otras salen de sus
hogares con los párpados húmedos de sueño, se desploma el peso del rocío,
cristales empañados y el vapor escurriéndose por la atmosfera, los perros
olfatean bolsas de basura y encuentran algún hueso, los gatos esperan, aguardan
con paciencia ese momento donde el
trabajo está prácticamente hecho, son más astutos y dentro de casa el
ruido de la cafetera estalla en la cocina, el olor a café discurre hacia mi
cama, tira de las sábanas, los ojos se abren y el apetito escampa, yo también
despierto, yo también tengo los párpados húmedos de sueño y la unión de la
espalda entumecida pero debo salir, la calle espera, verde y naranja y rojo y
nubes planas en las azoteas y la mañana avanza y todo empieza a ser más claro,
edificios altos, también bajos, también medianos, terrazas asomadas a precipicios, fachadas descorchadas, fachadas divididas en dos por
la sombra, fachadas desnudas de ladrillos, fachadas con geranios en los bordes
de las ventanas, fachadas definiendo el bulto de la plaza y muchas tiendas,
persianas enrollándose como una lengua y el paso a paso de los niños hacia la
escuela, yo también camino, yo también voy contando baldosas y pego patadas a
las piedras, observo ropa suspendida en el aire y caen pinzas al suelo, las
palomas se asustan y vuelan hasta las marquesinas de los autobuses, otras hacia
la fuente de piedra, beben agua, mueven la cabeza y secan sus picos, si muevo la
cabeza el centro de la ciudad gira conmigo, centenares de personas cruzando la
calle, centenares de personas y no saben decir “buenos días” y tiran papeles al
suelo antes de entrar en la boca del metro, parecen poetas renegando de sus
poemas o de sus cartas o de su lista de la compra, yo continúo andando, yo en
vez en cuando digo “buenos días” entonces la gente me mira, sonríe y sigue en
línea recta, los coches se detienen, esperan, pitan, avanzan, la mañana ya no
es mañana , la mañana hierve de hormigas, el mundo se colapsa mientras los
portales huelen a lejía y hay mujeres limpiado los cristales de los
escaparates, las bicicletas circulan de un lado a otro y hacen ruido cuando
frenan, buscan el equilibrio para no caer y
luego más verde, más naranja, más rojo y la humedad ha perdido las uñas, la luz
se expande por la cara de la gente y el calor quiebra su tregua, el termómetro
de la vía cambia de dígitos y mi cabello parece más oscuro pero no importa la
tienda tiene las puertas abiertas y compro unas flores y cuando salgo la locura
son calles llenas de inercia, escapo como lo haría una abeja, me diluyo entre
el laberinto de callejones y el piso irregular de adoquines, no me detengo,
paseo, el banco de madera y el cauce del río, me siento, veo pasar autobuses y
veo pasar coches y veo pasar bicicletas y veo asomar la tarde como quien estira
de una cuerda, quiero regresar a casa, los pies caminan y no duele, las piernas
existen, las radios trabajan, la música baja el grado de locura, las palomas
buscan bloques de sombra, algunas tiendas cerraron sus puertas y en los edificios
se ve ahora más antenas y menos ropa suspendida, las bocas de los metros
parecen sólo escaleras dentro del suelo, las mochilas de los niños aparentan
estar algo vacías, los gatos adelantan la siesta y los perros te persiguen por
la derecha y luego por la izquierda y cuando llego a casa no hay nadie, silencio
de muebles y paredes blancas, no huele a café, los minutos se hacen largos,
cojo aire y pienso más lento, espero, espero dos veces, espero tres veces,
espero cuatro veces y cuando oigo abrir
la puerta todo parece diferente, nos sentamos, nos miramos, no decimos nada, la
mañana se apaga, la ciudad se consume y las flores están encima de la mesa.