Como acabo de decir todo fue rápido pero también con mucho silencio, sin ruido. Mientras andaba, de forma imprevista y espontánea, decidí ir por el parque y sus alegres jardines. Normalmente prefiero desplazarme de forma automática, ágil y lleno de velocidad, pero en las aceras podían verse las hojas de los árboles, pálidas, tristes, derrotadas, como fruta que cae del árbol para dar alimento a la tierra. Verlas en el suelo me hacía intuir que el otoño había llegado.
Continué caminando como quien sigue las huellas de otros zapatos. Después pude encontrarme un paisaje de semáforos y farolas verticales expresando reflejos de bombillas. Uno de manera intermitente y simbólica, la otra, de manera enfermiza, dejaba escapar la penumbra de quién se ahoga en la debilidad de su sombra. Me hubiera gustado ser mas honesto y haber levantado la mano para desenroscar su sufrimiento, pero el sonido de las radios y televisiones que escapaban de los escaparates me detuvieron, y ahí pude quedarme, durante varios minutos, inmóvil, vertical como un semáforo, vertical como una farola.
Luego pude notar un golpe seco, rocoso, con piel de hormigón. Escuché ruido y silbidos que daban giros sobre mí mismo; querían ponerme en aviso, quizás en alerta. Su dicción era clara y concisa, expresaban miedo y confusión al mismo tiempo, entonces pude verme tumbado boca arriba, con ojos abiertos, mirando a los pájaros, mirando a los satélites orbitando sobre elipses rutinarias en el espacio.
En aquel momento supe que algo mal estaba ocurriendo, pero ya era demasiado tarde para volver a casa y cambiarme de traje, despedirme de la familia con un beso y después con un abrazo. En aquel momento pude ver como la humanidad se acercaba hacía mí sin intención de pedirme nada a cambio.
Querían conocer mi nombre, que moviera los brazos. Sus voces eran molestas, algo eléctricas y llenas de fuerza. Me empujaban y zarandeaban con violencia. Me hubiera gustado pedirles algo de calma o haber traslado mi dedo por delante de mi boca para pedir silencio respetuoso, silencio lleno de reflexión, de pensamiento y filosofía, pero sin embargo me encontraba mudo, desconectado.
Con educación monárquica mantuve la fe sin perturbar la religión, después me hice plano y en el vértice de mi asíntota quise ser redondo; luego me respondí a mi mismo varias preguntas sin saber si estaba en lo cierto en aquello que decía, pero hablaba con una voz tan elegante, tan llena de arquitectura que me empujaban a pintar edificios de color verde esperanza, verde que no quiso ser azul, es decir, el azul que prefirió ser verde; y entre largas reflexiones volví a responderme a mi mismo sin saber si estaba en lo cierto en aquello que decía, y volví a hacerme plano, quise en el vértice de mi asíntota ser redondo pero tan solo tuve la suficiente fuerza para levantarme y seguir andando.
Realmente no fue tan doloroso. Estuve varios segundos andando de forma etílica e incoherente por mí alrededor intentando identificar de donde venía tanto frío, de donde llegaba tanta luz. La gente continuaba gritando y agitándome con firmeza. Pude observarlo pero ya no sentía ni su energía ni sus potentes voces. Yo estaba ahí, a un metro escaso de la multitud y su nerviosismo. Estaba de pie y transparente. Luego pude recordar que el otoño había llegado; y era cierto, cuando levanté la cabeza pude ver mi cuerpo muerto e inerte, rodeado de gente, curiosidad, pánico y naturaleza, pude ver mi cuerpo todavía caliente en el suelo, tumbado y tranquilo sobre hojas pálidas, tristes y derrotadas, pude ver mi cuerpo, como caído de un árbol, dando alimento a la tierra.
Jairo Gavidia
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