domingo, 25 de noviembre de 2012

Amor, acuérdate de traerme...



             Amor, acuérdate de traerme esa botella que llenas siempre con el sabor de tu boca, sabes muy bien que me sangra el corazón cuando no estás cerca, la camisa se mancha de ese líquido que sale de la vena y se hace viscosa, pero como siempre termino cortando la hemorragia pensando que volverás pronto, llegarás soplando y con una bolsa de plástico en cada mano, dirás, la casa está desordenada y que te apetece comer un poco de chocolate relleno de menta, apartarás las cortinas para que entre más luz y te sentarás esperando a que yo llegue con el corazón apretado y las manos manchadas de sangre, entonces beberé de la botella, beberé de tu boca. Este mundo es real y cambia en cada segundo, si te digo que quiero abrazarte es posible que después lo cambie por un beso, luego permaneceremos juntos en la ventana viendo pasar bicicletas y autobuses rojos, me contarás que es una pena que sea miércoles, los viernes podemos quedarnos hasta tarde porque los sábados no trabajamos, yo te diré que los miércoles tienes el pelo más brillante y los ojos más redondos. Tu fe y la mía suman dos, nunca resta, no llegamos tarde a nuestras citas y cuando reímos nos tapamos los labios con la mano, luego te miro porque tú también me miras, son ganas de conocer tus altas expectativas en la vida, piensas que tu destino es el mundo, yo pienso que tu destino es estar aquí conmigo, mientras tanto yo intento ser agradable con los vecinos y no olvido decirles: «hola qué tal está, han visto que en mi casa nunca llueve, no se moleste en mirar por su mirilla, con escuchar es suficiente, solemos hacer el amor a diario, quedamos bien completos de orgasmo, además, cuando terminamos, ella me abraza y dice que me quiere». Amor, no estamos hechos de niebla, no te olvides por favor de volver con esa botella, acabas de salir por la puerta y esta es la única manera que tengo de decirte que no tardes, vuelve pronto, el corazón no espera.


domingo, 16 de septiembre de 2012

La habitación de un metro cúbico de espacio (1)

I

El subconsciente cansado de tanta idea de Dios creó una habitación de un metro cúbico de espacio, una habitación de tres dimensiones con sus esquinas, aristas y puntos equidistantes, pero con una particularidad, no contenía nada, tan sólo tiempo. ¿Quién creó esa habitación?, ya se lo he dicho, el subconsciente, ¿para qué creó esa habitación?, para liberar a las mujeres y a los hombres, ¿para liberarlos de qué?, de sus miedos, de sus incertidumbres, de su vicio de pensar, y en definitiva para poder realizar cualquier cosa ya que si tiene una característica relevante esta habitación es que dentro de ella cada individuo puede ser lo que quiera, y lo más importante, nunca se pierde la vida, a no ser que se quiera salir de ésta (pues tiene una puerta de esas que sirven para entrar pero también para salir). Es por tanto que el hombre ahora puede controlar la totalidad de su destino, el hombre puede elegir qué quiere ser y cuándo quiere morir sin ningún tipo de esfuerzo ni incertidumbre. Una consecuencia directa de esto es que los hombres ya no son futuros difuntos sino futuros suicidas. Su segunda consecuencia, la angustia a morir ya no existe, ya no tiene sentido que exista. 

Puede resultar una habitación extraña, no voy a decir que no, pero también es verdad que los maremotos se estrellan, aplasta su cara en los cristales de las ventanas y luego se retiran sin pedir perdón, nadie piensa que sea algo raro; lo importante no es la naturaleza de ésta sino lo que ocurre dentro de ella. Por ejemplo, en una habitación un hombre había aparecido al lado de un árbol y trataba de comprender qué le estaba sucediendo. En otra, un hombre había bebido tanto que el alcohol estalló directamente en su cabeza y no hacía más que levantarse y caerse al suelo, por no decir la del matemático que trataba desesperadamente de coger ese teorema que no paraba de resbalar de sus manos; y así muchas historias más, historias donde todo el mundo tiene su propia habitación para ser feliz, feliz porque son dueños absolutos de su futuro, de su destino. 

El único defecto de esta habitación es que cuando sales mueres. Cuando la abandonas vuelves al mundo real, recuperas la sensación de miedo, reaparece la incertidumbre, asoma la angustia para retomar su liderazgo porque sabe que ahora la muerte es efectiva, ahora la muerte asusta de verdad. De esto nadie es conocedor hasta que puede verse de nuevo viviendo en su orden habitual y es entonces cuando unos apagan el despertador, otros hacen inercia para levantarse de la cama, otros tratan de sobrevivir a su resaca, y otros, sencillamente, se vuelven a dormir para entrar en otra habitación donde el tiempo se aprieta en un metro cúbico de espacio. Yo siempre he sido un hombre extraño. Durante mucho tiempo he encontrado en las palabras la razón suficiente para sentirme con significado. Pero es tan cansado creer en Dios; fue allí donde encontré refugio, en mi subconsciente. Lo había hecho en alguna otra ocasión harto de desesperanza y desánimo, pero esta vez lo hice con ganas, bien convencido y sin poner en duda ni un gramo de mi conciencia. Abrí la puerta con mucha fuerza y crucé ese umbral que me introducía dentro. Esperaba encontrar paredes verdes, ventanas tragando luz pero todo seguía igual, mucho vacío, mucho tiempo extendido en las tres dimensiones de ese espacio tranquilo. 

No puedo engañarles, mis días eran felices. El equilibrio por una vez ponía rectos mis sentimientos. Mis incertidumbres agonizaban en la unión de sus rodillas. La vida la había dejado atrás. Ya no había ansiedad ni velocidad de giro para este nuevo mundo. El futuro de expectativas había dejado de ser arrogancia de conseguir y ahora la tristeza crónica no existe, no llena de peso a las personas. Sí, era muy feliz dentro de aquella habitación. Cada hora dentro de ella era una nueva significación del pensamiento, un nuevo puente donde podía saltar para olvidarme de todas mis noches de malos sueños. La voluntad de hacer no podía superarme, el remordimiento estaba fuera de la conciencia porque en aquella habitación todo se conseguía, nunca había fracaso, nunca había miedo de no empezar, nunca había miedo de no alcanzar.



La habitación de un metro cúbico de espacio (2)


II

El quinto día apareció Tristessa. Se presentó cadavérica y con su piel de pelo blanco. Sus ojos hondos sin pupila eran una parte más de su cuerpo de gata. Tristessa no habla, sólo mira como hacen todos los gatos, luego respira aire hacia sus pulmones esponjosos. A veces se acerca y me lame la mano con su lengua de ventosa. Cuando me ve quieto mueve su cabeza para que le acaricie y es entonces cuando noto sus colmillos negros, su bigote de felina, y como el aguijón de cada una de sus garras raya el suelo hecho de baldosas. Hay momentos en los que se escapa y cuando cree que han pasado varios días regresa sin cola. Es fácil averiguar cuándo ha llegado, la habitación se encuentra más caliente y una corriente de aire entra por una punta y después sale por otra. Creo que hemos hecho un binomio perfecto, a ella le gusta verme aquí, eso me hace sentir más tranquilo, me hace pensar en cosas diferentes como si toda la sangre estuviera donde toca. No sé si ella tiene cerebro, ni siquiera sé si piensa, si es consciente del esfuerzo que supone mover sus patitas de hilo, pero crea movimiento, da vueltas por la habitación sin preocuparse de que no va a llegar a ningún sitio, nunca bebe, nunca come, nunca tiene la necesidad de sobrevivir. En días en los que me tumbo mirando hacia arriba ella tose hasta expulsar por la boca una bola de pelo blanco, es entonces cuando le vuelve a crecer la cola. 

Fue un día en el que Tristessa acababa de recuperarse de un largo bostezo. Cuando logró estabilizar sus cuatro piernas empezó a abrir los ojos. Me miró y sin saber por qué, empecé a llorar. Pensé que era por la influencia de otras habitaciones que se filtraba por las paredes como goteras que viven en el techo. Mi paso ya no era síncrono, de cada cien, noventa y nueve lanzaba con más fuerza la pierna derecha. Sentía el pulso de la sangre con el cambio del tamaño de mis sienes, y a todo esto, mis ojos no paraban de llorar; pedían con insistencia algo que terminé comprendiendo, querían que saliera de aquella habitación. De manera inmediata me dispuse a hacerlo pero fue entonces cuando el miedo volvió a paralizarme el cuello. Empujaba aquella puerta con todas mis fuerzas, puedo jurarlo, pero no conseguía hacer hueco para escapar. No había pomo. No había cerradura. No había forma de salir. La bilis apretaba mi vientre como si tuviera dos estómagos. Mis ojos seguían gritando y lo único que podía hacer era empujar, empujar aquella maldita puerta. Me detuve exhausto. Empecé a respirar y en ese mismo instante mis manos, hinchadas de cansancio, empezaron a envejecer, más, cada vez más; se desnutrieron de tal manera que la piel se adhirió al hueso dejando visible los bultos de cada vena. Luego se desprendieron de mi cuerpo a la altura de mis muñecas y cayeron al suelo. Pero el terror acabó de apoderarse de mí cuando éstas, inertes en el suelo, empezaron a moverse buscándose la una a la otra. Se agitaron hasta perderse por los rincones oscuros. Tristessa no hacía nada, sólo miraba con sus ojos de nada. Yo le decía: «¡Tristessa, mira, ya no tengo manos!» Pero no se movía, sólo miraba. Volví a coger fuerzas. Ahora mis piernas sólo debían de servir para crear violencia, no debían de andar, no les pedía que me sostuvieran de pie, lo único que necesitaba de ellas era que rompieran esa maldición de puerta. Pero era imposible, con cada golpe sentía que ésta era mucho más puerta, mucho más dispuesta a no dejarme salir. Fue tan grande el esfuerzo que cada nervio empezó a temblar dentro de su músculo lleno de fibras. Temblaba hasta las puntas de las uñas. Temblé tanto que se me cayeron los ojos. Los cuencos quedaron vacíos. Después el resto de huesos no resistieron tanta fatiga y se dislocaron uno a uno, primero el resto de mis brazos, luego las piernas. Todos los tendones quedaron libres sin nada que sujetar. Yo gritaba inmóvil en el suelo: «¡Tristessa ayúdame, sácame de aquí!» y fue entonces cuando escuché por primera vez su voz de tinieblas: «¿Acaso no sabes que aquí nadie llora, aquí nadie tiene miedo?». El timbre de su voz no consiguió intimidar mi desesperación y volví a gritarle mucho más fuerte «¡Tristessa por dónde escapas, déjame regresar a la vida de ahí afuera!», pero ella repetía «¿Acaso no sabes que aquí nadie llora, aquí nadie tiene miedo?». Después se acercó a cada uno de mis ojos; escuché cómo crujían cuando los masticaba con fuerza, cómo se hacían viscosos y se deshacían entre la saliva de su mandíbula. Luego tres segundos, en el primero la habitación se hizo grande, en el segundo la angustia se introdujo dentro de ella, en el tercero a Tristessa se le cayó la cola…



domingo, 6 de mayo de 2012

[La moneda de Kafka]


Si alguna vez es necesario recuperarse de esas fiebres que rompen la razón, es posible en una ciudad como la de Praga. No puede ser de otra manera; su castillo arrogante que no sabe cuantas ventanas tiene, la soberbia de sus calles donde caminar con prisa no es una regla lógica, arquitecturas que no pueden disimular y se dejan ver en todas las esquinas, y un río Moldava arropando su ciudad vieja como si fuera una bufanda es remedio suficiente para sanar cualquier enfermedad del cuerpo, y también otras que no son necesariamente del cuerpo.

La primavera de Praga tiene días fríos como en todos los sitios pero si hace viento no duda en dejarte los huesos de cristal, muy duros y muy frágiles — «Así es el cristal de aquí, huesos congelados de personas» — bromea  Rebecca. Sería injusto no decir que Rebecca está enamorada. Muy enamorada. Suficientemente enamorada. Se agarra al brazo de Pablo para intercalarse en su calor y despreocuparse del viento, síntoma claro de que se siente en un momento perfecto. Bajando por el puente Carlos los idiomas chocan en cada dirección, luego los pies de la estatua de San Juan de Nepomuceno marca un punto para quedarse con un deseo, y después, si eso, confiar en un nuevo regreso a la ciudad. Un poco más hacia delante te introduces en el casco viejo donde parece que el mundo cambia de época, zapatos o abrigo, todo es elegante y adoquinado.

Un hombre y una mujer deben de conocerse con timidez y curiosidad en el cuerpo. Timidez porque los músculos se hacen pequeños. Con curiosidad porque el alma escondido se asoma. Así se conocieron ellos. Salieron juntos una noche sin intenciones claras, durmieron poco, y al día siguiente pensaron que eran adecuados para completar sus existencias a pesar de la resaca que les había dejado el vino. Después el viaje a Praga con sus días aleatorios de nieve, y algún despiste en la parada de metro de Mústek.

La segunda primavera en Praga no se había olvidado de sus días fríos. Los huesos en ocasiones volvían a ser de cristal pero a diferencia de la primera vez ahora Rebecca ya no tenía el brazo de donde agarrar calor. La tradición del puente Carlos le había dicho que iba a regresar pero también que iba a tener suerte. Esto último no era tan cierto porque volver sola a una ciudad para sanar el pulso enfermo quería decir que una incómoda tragedia había escapado a los pies de la estatua de San Juan. Ahora su presente estaba de nuevo en Praga, simplemente porque lo había decidido así. Sus paseos por las callejuelas del casco viejo era ahora una lucha continua en contra de sus recuerdos porque la ciudad seguía quieta, todo seguía estando ahí, el castillo, el río, las piedras húmedas y cada imagen de un estado mejor de su cuerpo.

Es evidente que una calle para llamarla calle es necesario que caminen personas. Éstas son de tres tipos, las que quieren que les miren, las que se esconden para pasar desapercibidas, y las que sencillamente disfrutan paseando sin necesidad de querer llegar a algún sitio. La calle Nerudova está hecha para descubrir muchos detalles y andar muy despacio. Si existieran zapatos con diamantes en sus suelas sería exclusivamente para pasear por la calle Nerudova. Rebecca camina disparando su cámara fotográfica cada treinta segundos. A esas horas la avenida está apretada de gente. De repente todo el mundo se para. A la altura del edificio de los dos soles se escucha un grito. La calle por un segundo se convierte en una película muda, las personas se mueven pero nadie habla. Toda la atención recae sobre un grupo de seis personas. En él una mujer de abrigo rojo y boca perfecta busca refugio en los brazos de su marido que lleva gorra y piensa tranquilo. La responsable del grito es una mujer de ojos grandes y redondos. Lleva una boina blanca parisina. Avergonzada busca la manera de esconderse detrás de un cuarto chico que ríe a lágrima abierta. Uno de sus amigos también ríe, pero aprovecha para hacer una foto. El sexto, es un chico moreno. Llevo guantes. Cuando paso al lado de Rebecca le sonrío para atraer su atención. Lo consigo, después le digo: — «No te preocupes, le hemos dado un pequeño susto para que grite su voz en la ciudad de Praga» —  Sé que hay momentos en que la piel tiembla y no es solamente por el frío. Cuando miré a Rebecca creo que era uno de esos momentos. Lo único que podía pensar era: «Ojala ella también esté temblando». Me gustan sus ojos. Son negros. Son hermosos. Son un golpe de luz en el centro de los míos. Rebecca  tiene esa especie de fuerza visual; su pelo suelto, el brillo de su carne morena, su pecho duro que abulta y me despista, todo en ella suma. Bajamos hasta terminar la calle. Cruzamos el puente Carlos como quien anda por encima de un río. La puerta de entrada a la ciudad vieja no sabe que tiene cerca un semáforo para dejar pasar a los tranvías. Nos introducimos por sus arterias, calles de adoquines, escaparates y un barrio judío con un cementerio. Hay cementerios con tierra y otros que son cubos de nichos. Éste es de tierra. Las lápidas de piedra tienen aspecto de sólo saber de números y se superponen las unas con las otras como si supieran que debajo los cuerpos con el tiempo dejan de ocupar espacio. Con la lluvia tibia de la tarde la humedad ha salido de debajo del suelo como si asomara la cabeza y alguna otra cosa más. El orden de disturbio es lo bastante alto para irritar a los muertos, no sería extraño que alguno resurgiera con el cuerpo de fantasma y pidiera silencio. Luego, en ángulo recto la veo, es la tumba de Kafka. Tiene velas, pero lo más singular es una multitud de monedas que los visitantes han ido dejando como señal de respeto o una tradición de esas que nace espontáneamente sin significado, pero eso sí, todo el mundo sigue sin razón aparente. Miro a mi izquierda. Sé que nadie me observa. Cojo una moneda y me la meto en el bolsillo. Mientras intento comprender por qué he cogido la moneda de la tumba de un muerto, veo como el resto del grupo me llama para salir del cementerio.

En las ciudades existe un punto donde las calles se encuentran. Creo que la plaza del reloj es este punto. Su campanario es un edificio que se mantiene estirado y todo el mundo dice que es astronómico porque les han dicho que utiliza el universo de referencia. Meto la mano en el bolsillo, siento que la moneda está caliente, creo que ocurre algo extraño. Son las siete de la tarde. En el cambio de hora el campanario se acompaña de una coreografía maquinal de figuras animadas, apóstoles de madera saliendo por las ventanas y un gallo. Pero en esta ocasión los apóstoles no salen por las ventanas, el vanidoso no se mira al espejo, el avariento no mueve su bolsa de dinero ni siquiera el lujurioso mueve la cabeza; sólo el esqueleto de la muerte toca su campana, estira de su cuerda, estira, estira y no para de hacerla sonar. La gente de mí alrededor protesta decepcionada porque piensan que el reloj está roto. Yo creo que este tipo de cosas no se rompen, sigo pensando que ocurre algo extraño. Por la noche vamos al “Teatro negro” de la calle Karlova. Hacen una representación de lo que no es una representación de “Alicia en el país de las maravillas”. En ella vemos luces naciendo y muriendo en velas. Sueños proyectados en almohadas. Equilibrios que se doblan. Brochas que dibujan muñecos y que rebotan al meterlas en sus cajas. Malabares detenidos por el tiempo. Peces enamorándose. Espejos con tres cabezas. Manos que bailan con la música. Alicia desnuda. Alicia que no quiere ser una niña. Alicia dejando de ser Alicia. Al volver hacia nuestros apartamentos la ciudad está oscura. Todos los gatos se guían por la luz de la noche de Praga, de su castillo. La humedad nos acompaña para que no nos quedemos quietos y eso hacemos, andamos deprisa para que el calor no escape de los abrigos. Cuando llegamos, el frío huye de los huesos y descansamos el día en el calor de nuestras habitaciones. Mi reloj se ha parado, creo que pasa algo extraño.

Cuando sueño pienso que el tiempo duerme conmigo y que nunca me muevo del mismo sitio. Pero esto no es un sueño. Esto nunca lo he soñado. Todo está muy junto, todo el mundo me mira. No puedo mover los brazos, ni siquiera sé si tengo piernas. Me siento rígido, como si mi espalda fuera una barra de acero. Creo que tengo miedo, y no un miedo que desaparece al cerrar los ojos; es un miedo que ataca directamente a la cabeza y no te deja pensar porque el cerebro está paralizado, como si la memoria se hubiera caído y todo pensamiento fuera ahora virgen, ingenuo y vacío de sustancia. Mi mirada está fija, sólo distingo fachadas, coches que circulan y multitud de turistas de los que sólo veo su pelo a medida que se acercan y se hacen fotos. Lo único que creo vivo son los oídos. Oigo muchos idiomas que se aglutinan enfrente de mí. ¿Dónde estoy?, ¿qué me está ocurriendo?, ¡oh no, esa calle!, ¡ese edificio!, ¡estoy atrapado en el busto de Kafka!, ¡estoy colgado de los muros de su casa! Quiero gritar. No puedo gritar, nadie me escucha — «yo si te escucho» — dice una voz justo a mi lado — «¿Quién eres?, ¿quién hay ahí?» — Pregunto sin poder girar el cuello porque no puedo — «¡Soy Rebecca…no fue mi intención coger esa moneda!… » 




domingo, 25 de marzo de 2012

[El tamaño de un párpado]

Digamos que estamos en una habitación con mesas. Encima de las mesas hay vasos fríos. Las conversaciones circulan alrededor de gente sentadas en sillas. Hay música pero nadie la escucha, sólo refleja en las paredes que parecen sordas. También hay espejos, cuadros, vidrios…aunque todo eso ya parece secundario. Se ve la calle desde adentro como si ésta fuera feliz ahí afuera, y en un instante en el que nadie presta atención, alguien cierra los ojos. Pestañas que caen hacia abajo.

Es conocido que aún con los ojos cerrados, en ocasiones, las imágenes siguen vivas en la cara interna del párpado. La persona que los ha cerrado se llama…bueno, no es determinante para esta historia, diremos que es una mujer, con cabello negro y pecho tenso. Dentro de su pecho la sístole anima a la diástole en su movimiento hacia arriba, aunque ésta última le recuerda que todavía está triste, está cansada, necesita todavía el consuelo de su caudal de sangre caliente. Su sangre está caliente porque sus nervios están calientes. Está triste, lo hemos dicho, porque la muerte aleatoria ha apagado un cuerpo que estaba cerca de ella.

En otro punto de la habitación dos ojos se han quedado fijos en un mismo eje. En este fragmento de tiempo congelado sus ojos se han quedado muy abiertos. Se han quedado a punto de expresar energía pura de un sentimiento alegre. Él es curioso y estaba fijándose en los detalles de ella. Sólo los curiosos regalan tiempo buscando detalles. En la búsqueda de esos detalles una sinapsis se ha quedado a media distancia de su siguiente neurona. El cerebro, en su afán de construir cadenas de impulsos, llegará a una conclusión, él necesita ahora de toda porción de vida de ella.

Llegados a este punto lo que no saben nuestros personajes es que volverán a la misma habitación, una sola mesa, ellos dos, frente a frente. Los ojos de ella miraran los de él que a su vez estarán mirando los de ella. La mano de ella se enroscará en la de él y la conversación que girará en su mesa dejará su pecho en calma. Será el triunfo de la psicología que sube sobre la psicología que baja....aunque para llegar a un futuro es necesario primero agotar un presente.

En la habitación sigue habiendo un número plural de personas; en un extremo hay una mujer al lado de una ventana, y en el opuesto, hay un hombre cerca de una puerta que se abre pero también se cierra. Luego, otro instante, ya es común, nadie vuelve a prestar atención. Un niño balbucea, descubre su voz firme con su primera palabra. Aparentemente todo sigue igual. Aparentemente no ha ocurrido nada. Los vasos siguen fríos, la música que existe pero nadie escucha sigue reflejando en las paredes; espejos, cuadros, vidrios, el mundo suma otro instante, y ahora los ojos de la mujer de cabello negro y pecho tenso están abiertos. Sus pestañas volvieron a subir hacia arriba.



lunes, 19 de marzo de 2012

[El sentido de una cosa]

Yo vine
de donde se le quita el nombre
pero se le pone sentido a las cosas.
Vine para no decir nombres,
por ejemplo,
a la bruma de espuma no le dije nube,
a la fuerza invisible no le dije viento.

Yo vine de donde un hombre para respirar
necesita de otra boca,
y los corazones aunque sean de
platino,
aluminio
o carne
siempre son honestos,
y les gusta
fertilizar la fruta.

Yo sé que existe un bosque abrazado a la savia de sus árboles.
Yo sé que les pone sonido
y luego los deja crecer tranquilos,
serenos,
y en paz con sus sentimientos.

Después me ofrecieron un libro sin letras,
con páginas sin ropa
o con cuerpo de esos árboles llenos de alma,
y yo sé,
yo sabía que en una esquina de mi bolsillo había una pluma,
la tinta,
que quiere ser palabras escritas,
la encontré en la espalda de la noche
donde hay rocas que duermen e incluso sueñan.

Escribí
más silencio para los árboles,
más poesía para los árboles,
más sentido para las cosas que piden vida
y en un futuro sin prisa
apareció la dirección.

Encontré el rumbo,
la brújula,
el viajero,
el zapato joven.

Encontré el paso,
el ritmo,
el recorrido,
el paseo tranquilo,
después,
entre ramas y edificios sin ventanas,
colores y aves resbalando en el aire,
hice camino,
destino.

Sólo los ciegos que son curiosos
verán extraños países en los países de otros,
países donde una sonrisa es gota de luz
que construye otra gota de luz
y se introduce en el nido de cada ojo.

Ahora ustedes lo saben,
soy ciego curioso
y no vine para dar nombre
sino sentido a las cosas
porque lo importante no es el beso
sino lo que siento
cuando descanso en su boca…

lunes, 13 de febrero de 2012

[Vida que no mira la noche]

Sabes muy bien que cuando
apoyas tus ojos en mis ojos
hacen que nunca veamos la noche
y cuando despertamos
siempre es diferente día.
Tu mano en mi mano me toca
y siento que me pulsa el alma.

Siento frío
sin una piel de abrigo,
sólo encuentro consuelo
en tu cuerpo desnudo
o en la carne de tu ropa.

Vuelve a aparecer la noche
como quien sopla a la tarde,
mi alma espera a tu mano que toca.

Tus ojos en la raíz de mis ojos,
la vida nos mira y no a la noche,
otra noche más, despierta para nosotros,
otra noche más, hacia un diferente día…


domingo, 5 de febrero de 2012

[Tom Courtenay]

¿Han pensado alguna vez cómo debe leerse un libro cuando se está en el reverso del universo?, ¿no?... ¡pues yo si lo he pensado!, qué le vamos hacer, me gusta pensar en ese tipo de cosas, y creo que lo hago así porque siempre me he considerado un poco rebelde. Mis padres, pensando que era algo normal y lo mejor para mí, quisieron darme una educación que en definitiva consistía en aprender a aprovecharme de los demás y nunca creer en sus habilidades. Pensaban que de esta manera, cuando fuera adulto, podría ser un referente moral con la suficiente autoridad para decir qué es lo que se debe de hacer y cual es el sentido correcto de las cosas; pero ya he dicho que nací rebelde, así que aprendí a aprovecharme, no de ellos sino de mí, aprendí a cuestionar las destrezas, no de otros sino las mías propias. He crecido más seguro, he sentido ser más persona. La educación y la necesidad de dominar, qué naturaleza tan extraña, ¿verdad?... por otro lado siempre he sido un hombre frío con las mujeres pero eso sí, no puedo evitar que delante de ellas se me escape un latido cuando no toca. Eso me hace pensar que en ellas hay algo más allá de lo normal, como si el amor naciera en ellas, y sí, téngalo claro, el amor no se rompe, ¡cómo se va a romper si es elástico y gaseoso!, más bien no será las personas quienes se corrompen y es entonces cuando éste, como otro tipo de gas, cambia de estado, porque todo cambia, ¡todo tiende a cambiar!, ¿no es cierto?, aunque también hay que admitir que hay posturas difíciles de modificar, por ejemplo debo de reconocer que en alguna ocasión he tenido la tentación de creer en Dios; he llegado a pensar que cuando uno se siente solo necesita entregarse a alguien para ser dos, para eso existe Dios, ¿no?, para que nadie se sienta abandonado; pero recuerdan que aprendí a aprovecharme de mi mismo, ¿si?, pues finalmente averigüé  que no es necesario mirar tan alto para sentirse acompañado. ¡Ay la soledad!, la soledad siempre, siempre aparece, en pequeñas porciones, en largas vacaciones, o como si fuera un hermano gemelo, y cuando esto sucede crees que la vida se vuelve lenta como un anciano, tan anciano como yo, miren mi piel plegada, mi voz cada vez más apagada, pero eso sí, con tantas ganas de leer, con tantas ganas de escuchar, con tantas ganas de conocer, sin miedo de encontrar lo que un día será mi descanso. Mañana es el funeral de mi tercer amigo, ya no está aquí, ya nunca volveremos a reír juntos. Él siempre me decía: -“Tom nunca has tenido mujer e hijos, esa soledad te va hacer morir joven” -, sin embargo mis resultados médicos son satisfactorios y me pronostican larga vida, eso sí, mi psicólogo dice que no medite tanto y descanse de mis esguinces de cerebro. Bueno, ahí llega mi tren, debo de dejarles, un amigo se merece que asista a su entierro…

domingo, 15 de enero de 2012

[El regalo que eligió a Helena]

Una navidad de saldo quiere decir que está tan desgastada que hasta las luces de las calles parecen cansadas. La Navidad del 2054 lo era así, apretada en sí misma para sobrevivir a toda costa, fruto de ello era por ejemplo que el plato principal de las cenas fuera el pescado y no el pavo, entre otras cosas porque éste se había convertido en un animal tan inteligente que ya era imposible atraparlo. Otro ejemplo era que en lugar del típico discurso de Navidad del rey ahora éste contaba un cuento a los más pequeños. Resultaba curioso verlos ahí sentaditos mirando a un rey de verdad como si fuera un dibujo animado. Pero quizás los más relevante era que la gente ya no podía decidir qué regalo comprar, es decir, ahora los regalos decidían a quiénes querían ser regalados, y es aquí donde comienza nuestra historia porque quién no ha tenido que comprar en alguna ocasión ese juguete perfecto a esa personita tan pequeña respirando ilusión por recibirlo. Y allí fui yo, a la tienda de juguetes preguntando a cada uno si quería ser el regalo perfecto para mi pequeña hija pero unos decían – ¡no, no, tu aspecto es demasiado pobre! – otros – ¡imposible, necesitas primero llenar tu cartera con billetes de muchos colores! – y otros, simplemente, giraban su rostro enseñándome su alto precio pegado en la espalda. Me sentí frustrado el tiempo suficiente para encontrar en el fondo de un pasillo, con aspecto de estar olvidado, una estantería llena de pequeños muñecos de algodón y trapo.

– ¿Por qué hay tantos conejos de peluche? – pregunté a una dependienta.
– Eran de un hombre que le salían por la boca y como no sabía qué hacer con ellos decidió dejarlos ahí.

No me hizo falta preguntar si querían ser el regalo perfecto para Helena pues con sólo acercar la mano a uno de ellos pude notar como se agarraba a mi brazo. Era blandito, espumoso, y lo suficientemente inteligente para decir: – “¡seamos amigos!”. Es por tanto que pedí que lo envolvieran en papel de regalo y me fui a casa. Cuando se hizo de noche, junto a mi esposa, nos introducimos como dos gatos sin botas para no hacer ruido en la habitación de Helena, luego dejamos el regalo en los pies de su cama. Al día siguiente nos despertó su alegría desatada. No paraba de subir persianas, de abrir puertas y ventanas. No paraba de entregar luz a toda la casa.

– ¡Mami, papi, mira, mi regalo, mi regalo, he sido buena!
– ¿A ver?, ¡qué ilusión cariño!, ¡ábrelo, veamos que te han traído!

El papel de regalo quedó descuartizado en el suelo en cuestión de segundos. Las manos y los ojos de nuestra pequeña  no paraban de temblar de entusiasmo pero de repente su voz se arrugó de dolor como si también fuera de papel de regalo:

– ¡No, no, este no es mi regalo! – dijo Helena sujetándose con fuerza para no llorar.
– ¿Cómo que no es tu regalo?
– ¡Este es un regalo para niños pobres y yo no quiero que digan que soy pobre!
– ¡Escúchame Helena! – le dije con voz firme - no somos pobres, somos sencillos y honestos, por eso reímos y besamos con ganas, ¡que nunca se te olvide eso! – terminé mirándola profundamente a sus ojos ya con las primeras lágrimas. Luego Helena, llena de rabia, lanzó el muñeco por la ventana y se fue llorando a su habitación. Yo también lloré, con lágrima salada y que escuece, lloré sin vergüenza. Estaba realmente decepcionado y no sé si era por ver a mi pequeña hija hundida en su tristeza o por ver como empezaba a desprenderse de esa humanidad que tanto necesito encontrar en ella. Fue un día penoso y de pocas sonrisas. Después, durante la madrugada mientras dormíamos, su dulce vocecilla nos despertó de la cama:

– ¡Mami, papi!… creo que hay una persona dentro de mi armario.
– ¿Cómo dices cariño? – le dije todavía con sueño pesado.
– Hay alguien en mi armario y tengo miedo.

Fuimos los tres a su habitación para tranquilizarla y convencerla que no debía tener miedo de nada, pero cuando entramos vimos que estaba en lo cierto. La puerta de su armario convulsionaba como si tuviera espasmos. Decidimos abrirla y en ese mismo instante descubrimos al conejo de peluche tiritando de frío. Su mirada estaba inyectada de angustia, y parecía humana. Sus patitas de trapo estaban cuarteadas, y parecían humanas. Su cuerpo blando estaba sucio, y parecía humano; después hubo un silencio absurdo como si en cualquier momento fuera a sacar un cuchillo de cocina, pero eso no ocurrió, sólo extendió sus bracitos de hilo y con una sola voz dijo:

– ¡Estamos en Navidad, tan sólo quiero un poco de amor!…


sábado, 7 de enero de 2012

[En el vapor de la noche]

En el vapor de la noche
las constelaciones se encienden
con filamentos eléctricos. 
Gigantes
o diminutas personas
se asoman por encima de mis hombros,
y existe una bonita flor
con bellos ojos
que le gusta crecer
debajo de mi ventana.

A la Luna, los niños sueñan,
A las palabras, caligrafía obediente,
A los jardines, color para la tierra,
y  todo el mundo sabe que cuando los locos lloran
es porque están enamorados
y desesperados gritan:

«¡Oh!, te amo,
te amo,
no sabes cuánto
te amo»

Y todo es luz,
todo es abrazo,
toda sonrisa da origen a nueva vida,
hombres suspirando a mujeres,
mujeres que dan la mano a los hombres,
mientras tanto
los locos lágrima a lágrima siguen llorando   
para que el mundo siga en su rueda.

Hoy te has entregado 
elegante y con ganas del futuro que hay en nosotros,
la tarde no ha sido tarde  
hasta que mis brazos se han roto en tu cintura.
Luego saliste de la habitación,
todo se hizo tan extraño
las cartas,
los cuadros,
los espejos,
todo, completamente todo,
y no pude evitarlo,
salí corriendo tras de ti para decirte:

«¡Oh!, te amo,
te amo,
no sabes cuánto
te amo»

                                  La lágrima siguió a su lágrima,
                                  los locos aplaudieron…