domingo, 16 de febrero de 2014

No importa que llueva


              No importa que llueva aunque lo haga durante todo el día. Me gusta ver llover a tu hombro, a tu boca, cerca de tu cintura; observar cómo llueve de arriba abajo, cómo caen las gotas a tierra con el mismo entusiasmo de un astronauta que sube y no para, y luego toca, y después dice que ha llegado muy alto. No importa que llueva aunque sea domingo o haya olvidado hacer la cama o esté fría la almohada. Vemos cómo la lluvia gota a gota se aprieta contra los cristales y dices que son unas suicidas, y que la mañana está gris, y entonces haces un cambio brusco y respiras diferente. Yo me conformo con poco porque todo lo que tengo es un pequeño paraíso que he ido descubriendo a medida que tú estabas y yo permanecía quieto, en intervalos continuos y acentuados, y aun así, siempre me das besos en la calle y acaricias mi cara, qué más puedo pedir. No importa que llueva aunque nadie sepa cómo detener este diluvio, y quiero pintar manos cada vez que me apetezca, y llamarte por el nombre que he inventado, y oír cómo dices que estás aquí y que existo porque hay luz en este lado de la ventana, y entre pausa y pausa apareces en el medio, y que si te vas te espero mucho, y que si muero he muerto y aún te espero. No importa que la vida la haga restos y luego trate de recogerla, no importa años y años a mi alrededor, no importa nada, absolutamente nada, pero hoy llueve, y dices que las gotas son unas suicidas, y haces un cambio brusco, y te oigo respirar diferente.






domingo, 17 de noviembre de 2013

El derecho a volar




«Qué dirías si te dijera que me he enamorado de ti, sí de ti, que alguien como yo necesita de una persona como tú para dejar de pedir a la noche o rodar en evolución para ser más persona. Qué dirías si te dijera que quiero para mí el color de esos ojos que llevas puestos, luego mirarlos con tanta fuerza que los crepúsculos solares se llenen de orgullo y reviente su luz dentro de los míos. Qué puedes decir, que no sé lo que digo, que me refugie en las calles como un vulgar individuo, ¡vamos, dime qué piensas!, qué podrías decir si te dijera que hace tiempo voy siguiendo tus pasos, que tus huellas son ahora la razón para el futuro que busco, que sólo quiero algo tan simple como un beso tuyo, que eres impulso para el pulso, que eres expresión para la presión de esta sangre, de este caudal caliente, de esta cosa que llevo dentro, ¡por favor, ni un segundo más, necesito saber qué piensas!, entiendo que una pregunta así asusta pero créeme, esperar tu respuesta causa más miedo.»



***


«He vuelto a dormir mal esta noche, no sé qué hacer para recuperar el sueño. Aquella mañana hice lo normal para una mañana que es de verano, es decir, tomar una ducha, desayunar, pasear por la playa, no hice nada malo tan sólo salir de casa para disfrutar del mar y sus olas planas pero de repente se acercó a mí, sí, la culpa no puede ser mía, se acercó con esa mirada que no consigo borrar de la memoria, es imposible olvidarla, una mirada saliéndose de ella misma como si quisiera llegar a alguna parte dentro de mí y quedarse, una mirada que no sabría decir si era de pasión, de dolor, o de dolor causado por otro tipo de dolor pero lo que sí tengo claro es que fue su cuerpo delgado quien se acercó a mí, sucedió tan rápido, llegó casi sin respirar y fue entonces cuando lo dijo, habló libremente, con honestidad, sólo parecía esperar una única cosa, confesó que se había enamorado de mí, sí de mí, que dijera qué pensaba, que no tuviera miedo pero lo tuve y por eso ahora dudo, dudo tanto de mi reacción, de mi rechazo, de mi egoísmo, de querer escapar de aquella situación, debía haber estimado la belleza de su acto, su valor, su ciega decisión, quizás con haber rozado su mejilla, un simple gesto, una mirada de respuesta, un beso en su boca abierta, me arrepiento tanto, no puedo continuar con mi cabeza en este estado, todavía siento la imagen de su pecho aplastado en la acera, su sangre gruesa, el perfil de su silueta muerta, la sábana blanca volviéndose roja, el vértigo de ese edificio, la gente curiosa en círculo, y esa pregunta, ¡Dios, por qué no quiere salir de mi cabeza!. »



domingo, 5 de mayo de 2013

Flores


Pierdo el sentido de la mañana, las aceras florecen, hay gente sin voluntad de regresar a sus casas, otras salen  de sus hogares con los párpados húmedos de sueño, se desploma el peso del rocío, cristales empañados y el vapor escurriéndose por la atmosfera, los perros olfatean bolsas de basura y encuentran algún hueso, los gatos esperan, aguardan con paciencia ese momento donde el  trabajo está prácticamente hecho, son más astutos y dentro de casa el ruido de la cafetera estalla en la cocina, el olor a café discurre hacia mi cama, tira de las sábanas, los ojos se abren y el apetito escampa, yo también despierto, yo también tengo los párpados húmedos de sueño y la unión de la espalda entumecida pero debo salir, la calle espera, verde y naranja y rojo y nubes planas en las azoteas y la mañana avanza y todo empieza a ser más claro, edificios altos, también bajos, también medianos, terrazas asomadas a precipicios, fachadas descorchadas, fachadas divididas en dos por la sombra, fachadas desnudas de ladrillos, fachadas con geranios en los bordes de las ventanas, fachadas definiendo el bulto de la plaza y muchas tiendas, persianas enrollándose como una lengua y el paso a paso de los niños hacia la escuela, yo también camino, yo también voy contando baldosas y pego patadas a las piedras, observo ropa suspendida en el aire y caen pinzas al suelo, las palomas se asustan y vuelan hasta las marquesinas de los autobuses, otras hacia la fuente de piedra, beben agua, mueven la cabeza y secan sus picos, si muevo la cabeza el centro de la ciudad gira conmigo, centenares de personas cruzando la calle, centenares de personas y no saben decir “buenos días” y tiran papeles al suelo antes de entrar en la boca del metro, parecen poetas renegando de sus poemas o de sus cartas o de su lista de la compra, yo continúo andando, yo en vez en cuando digo “buenos días” entonces la gente me mira, sonríe y sigue en línea recta, los coches se detienen, esperan, pitan, avanzan, la mañana ya no es mañana , la mañana hierve de hormigas, el mundo se colapsa mientras los portales huelen a lejía y hay mujeres limpiado los cristales de los escaparates, las bicicletas circulan de un lado a otro y hacen ruido cuando frenan, buscan el equilibrio para no caer y luego más verde, más naranja, más rojo y la humedad ha perdido las uñas, la luz se expande por la cara de la gente y el calor quiebra su tregua, el termómetro de la vía cambia de dígitos y mi cabello parece más oscuro pero no importa la tienda tiene las puertas abiertas y compro unas flores y cuando salgo la locura son calles llenas de inercia, escapo como lo haría una abeja, me diluyo entre el laberinto de callejones y el piso irregular de adoquines, no me detengo, paseo, el banco de madera y el cauce del río, me siento, veo pasar autobuses y veo pasar coches y veo pasar bicicletas y veo asomar la tarde como quien estira de una cuerda, quiero regresar a casa, los pies caminan y no duele, las piernas existen, las radios trabajan, la música baja el grado de locura, las palomas buscan bloques de sombra, algunas tiendas cerraron sus puertas y en los edificios se ve ahora más antenas y menos ropa suspendida, las bocas de los metros parecen sólo escaleras dentro del suelo, las mochilas de los niños aparentan estar algo vacías, los gatos adelantan la siesta y los perros te persiguen por la derecha y luego por la izquierda y cuando llego a casa no hay nadie, silencio de muebles y paredes blancas, no huele a café, los minutos se hacen largos, cojo aire y pienso más lento, espero, espero dos veces, espero tres veces, espero cuatro veces  y cuando oigo abrir la puerta todo parece diferente, nos sentamos, nos miramos, no decimos nada, la mañana se apaga, la ciudad se consume y las flores están encima de la mesa.


domingo, 3 de febrero de 2013

El rincón de niebla


He soñado con un pulmón que se expande hasta salir por la boca, luego sin dar ninguna explicación, indeseable y senil criatura yo que he sido el padre y la madre, formaba un cuerpo de humo y sin peso en las piernas escapaba por la ventana. Todo el mundo sabe menos yo que se caen las nubes antes que el cielo. Todo el mundo sabe menos yo que existen pájaros con corazón buscando objetos extraños, vuelan hasta caer muertos de sueño, mueren de su esfuerzo, mueren engañados, es cierto, todo el mundo lo sabe menos yo, sin embargo no es que no lo sepa, todo lo contrario, creo en mucho más. El cuerpo de humo es tan sólo eso, humo, pero quiere tener brazos, quiere tener piel, quiere tener paredes para esconderse, quiere tener dedos para colocarse anillos, quiere tener un nombre para ser una persona sin embargo debe conformarse con una lengua, con la curvatura de un ojo de un solo párpado para una única pupila, puede sentir los calambres de sus músculos cuando está cansado, puede sentir cómo pierde un líquido azul si le rajas el estómago. En mi sueño el cuerpo de humo subía, no paraba de subir porque le habían dicho que podía encontrar manos para estrangular cuellos, podía encontrar pechos esperando a ser fertilizados con su lengua, pero siempre hay tiempo, el suficiente para entender que su cuerpo de humo no existe, él no existe, entonces, y unido a todo ese aire, desilusión y frustración hasta romperse en pedacitos tan pequeños como puntos de tinta negra, se desploma en caída libre, se expande sobre la tierra. Yo sigo durmiendo y él resurge pero ya no es humo, ahora es niebla, humillada viene hacia a mí, a su origen, al punto donde comenzó esa vida sin latencia, y entra en casa por el mismo hueco cuadrado donde puse una ventana, tira los vasos, me encuentra tirado en un rincón, sólo soy subconsciente, sigo encerrado en algo, sigo convencido en encontrar un mundo redondo, mucho más redondo, estoy tranquilo, tengo ramas donde puedo dejarme a la vida y ser grande, el amor fluye por las uñas, las manos se aman, sí, las manos se aman, no estoy aquí, estoy allí, cómo seré no me importa, puedo tener siempre el vacío, puedo tener siempre un mar, puedo mojarme los pies, coger la arena, mirar a los ojos de mi madre, sentarme, aguardar en silencio, lanzar piedras, me buscarán y me ocultaré detrás de la luz. El cuerpo de humo que ahora es niebla empieza a tener inteligencia, ha aprendido a no hacer ruido, si despierto se deshace la materia, se acerca, él siente miedo, él siente demasiado miedo, él no quiere morir, no quiere morir ahora y nunca, los gritos asuntan a los niños, estalla su único ojo, y entonces, descubre siete manos, me agarra del cuello, no me suelta, descubre siete manos más, me agarran también del cuello y aprietan con fuerza, con fuerza, cada vez con más fuerza, tiene inteligencia, no me soltará, él nunca quiere morir…


domingo, 25 de noviembre de 2012

Amor, acuérdate de traerme...



             Amor, acuérdate de traerme esa botella que llenas siempre con el sabor de tu boca, sabes muy bien que me sangra el corazón cuando no estás cerca, la camisa se mancha de ese líquido que sale de la vena y se hace viscosa, pero como siempre termino cortando la hemorragia pensando que volverás pronto, llegarás soplando y con una bolsa de plástico en cada mano, dirás, la casa está desordenada y que te apetece comer un poco de chocolate relleno de menta, apartarás las cortinas para que entre más luz y te sentarás esperando a que yo llegue con el corazón apretado y las manos manchadas de sangre, entonces beberé de la botella, beberé de tu boca. Este mundo es real y cambia en cada segundo, si te digo que quiero abrazarte es posible que después lo cambie por un beso, luego permaneceremos juntos en la ventana viendo pasar bicicletas y autobuses rojos, me contarás que es una pena que sea miércoles, los viernes podemos quedarnos hasta tarde porque los sábados no trabajamos, yo te diré que los miércoles tienes el pelo más brillante y los ojos más redondos. Tu fe y la mía suman dos, nunca resta, no llegamos tarde a nuestras citas y cuando reímos nos tapamos los labios con la mano, luego te miro porque tú también me miras, son ganas de conocer tus altas expectativas en la vida, piensas que tu destino es el mundo, yo pienso que tu destino es estar aquí conmigo, mientras tanto yo intento ser agradable con los vecinos y no olvido decirles: «hola qué tal está, han visto que en mi casa nunca llueve, no se moleste en mirar por su mirilla, con escuchar es suficiente, solemos hacer el amor a diario, quedamos bien completos de orgasmo, además, cuando terminamos, ella me abraza y dice que me quiere». Amor, no estamos hechos de niebla, no te olvides por favor de volver con esa botella, acabas de salir por la puerta y esta es la única manera que tengo de decirte que no tardes, vuelve pronto, el corazón no espera.


domingo, 16 de septiembre de 2012

La habitación de un metro cúbico de espacio (1)

I

El subconsciente cansado de tanta idea de Dios creó una habitación de un metro cúbico de espacio, una habitación de tres dimensiones con sus esquinas, aristas y puntos equidistantes, pero con una particularidad, no contenía nada, tan sólo tiempo. ¿Quién creó esa habitación?, ya se lo he dicho, el subconsciente, ¿para qué creó esa habitación?, para liberar a las mujeres y a los hombres, ¿para liberarlos de qué?, de sus miedos, de sus incertidumbres, de su vicio de pensar, y en definitiva para poder realizar cualquier cosa ya que si tiene una característica relevante esta habitación es que dentro de ella cada individuo puede ser lo que quiera, y lo más importante, nunca se pierde la vida, a no ser que se quiera salir de ésta (pues tiene una puerta de esas que sirven para entrar pero también para salir). Es por tanto que el hombre ahora puede controlar la totalidad de su destino, el hombre puede elegir qué quiere ser y cuándo quiere morir sin ningún tipo de esfuerzo ni incertidumbre. Una consecuencia directa de esto es que los hombres ya no son futuros difuntos sino futuros suicidas. Su segunda consecuencia, la angustia a morir ya no existe, ya no tiene sentido que exista. 

Puede resultar una habitación extraña, no voy a decir que no, pero también es verdad que los maremotos se estrellan, aplasta su cara en los cristales de las ventanas y luego se retiran sin pedir perdón, nadie piensa que sea algo raro; lo importante no es la naturaleza de ésta sino lo que ocurre dentro de ella. Por ejemplo, en una habitación un hombre había aparecido al lado de un árbol y trataba de comprender qué le estaba sucediendo. En otra, un hombre había bebido tanto que el alcohol estalló directamente en su cabeza y no hacía más que levantarse y caerse al suelo, por no decir la del matemático que trataba desesperadamente de coger ese teorema que no paraba de resbalar de sus manos; y así muchas historias más, historias donde todo el mundo tiene su propia habitación para ser feliz, feliz porque son dueños absolutos de su futuro, de su destino. 

El único defecto de esta habitación es que cuando sales mueres. Cuando la abandonas vuelves al mundo real, recuperas la sensación de miedo, reaparece la incertidumbre, asoma la angustia para retomar su liderazgo porque sabe que ahora la muerte es efectiva, ahora la muerte asusta de verdad. De esto nadie es conocedor hasta que puede verse de nuevo viviendo en su orden habitual y es entonces cuando unos apagan el despertador, otros hacen inercia para levantarse de la cama, otros tratan de sobrevivir a su resaca, y otros, sencillamente, se vuelven a dormir para entrar en otra habitación donde el tiempo se aprieta en un metro cúbico de espacio. Yo siempre he sido un hombre extraño. Durante mucho tiempo he encontrado en las palabras la razón suficiente para sentirme con significado. Pero es tan cansado creer en Dios; fue allí donde encontré refugio, en mi subconsciente. Lo había hecho en alguna otra ocasión harto de desesperanza y desánimo, pero esta vez lo hice con ganas, bien convencido y sin poner en duda ni un gramo de mi conciencia. Abrí la puerta con mucha fuerza y crucé ese umbral que me introducía dentro. Esperaba encontrar paredes verdes, ventanas tragando luz pero todo seguía igual, mucho vacío, mucho tiempo extendido en las tres dimensiones de ese espacio tranquilo. 

No puedo engañarles, mis días eran felices. El equilibrio por una vez ponía rectos mis sentimientos. Mis incertidumbres agonizaban en la unión de sus rodillas. La vida la había dejado atrás. Ya no había ansiedad ni velocidad de giro para este nuevo mundo. El futuro de expectativas había dejado de ser arrogancia de conseguir y ahora la tristeza crónica no existe, no llena de peso a las personas. Sí, era muy feliz dentro de aquella habitación. Cada hora dentro de ella era una nueva significación del pensamiento, un nuevo puente donde podía saltar para olvidarme de todas mis noches de malos sueños. La voluntad de hacer no podía superarme, el remordimiento estaba fuera de la conciencia porque en aquella habitación todo se conseguía, nunca había fracaso, nunca había miedo de no empezar, nunca había miedo de no alcanzar.



La habitación de un metro cúbico de espacio (2)


II

El quinto día apareció Tristessa. Se presentó cadavérica y con su piel de pelo blanco. Sus ojos hondos sin pupila eran una parte más de su cuerpo de gata. Tristessa no habla, sólo mira como hacen todos los gatos, luego respira aire hacia sus pulmones esponjosos. A veces se acerca y me lame la mano con su lengua de ventosa. Cuando me ve quieto mueve su cabeza para que le acaricie y es entonces cuando noto sus colmillos negros, su bigote de felina, y como el aguijón de cada una de sus garras raya el suelo hecho de baldosas. Hay momentos en los que se escapa y cuando cree que han pasado varios días regresa sin cola. Es fácil averiguar cuándo ha llegado, la habitación se encuentra más caliente y una corriente de aire entra por una punta y después sale por otra. Creo que hemos hecho un binomio perfecto, a ella le gusta verme aquí, eso me hace sentir más tranquilo, me hace pensar en cosas diferentes como si toda la sangre estuviera donde toca. No sé si ella tiene cerebro, ni siquiera sé si piensa, si es consciente del esfuerzo que supone mover sus patitas de hilo, pero crea movimiento, da vueltas por la habitación sin preocuparse de que no va a llegar a ningún sitio, nunca bebe, nunca come, nunca tiene la necesidad de sobrevivir. En días en los que me tumbo mirando hacia arriba ella tose hasta expulsar por la boca una bola de pelo blanco, es entonces cuando le vuelve a crecer la cola. 

Fue un día en el que Tristessa acababa de recuperarse de un largo bostezo. Cuando logró estabilizar sus cuatro piernas empezó a abrir los ojos. Me miró y sin saber por qué, empecé a llorar. Pensé que era por la influencia de otras habitaciones que se filtraba por las paredes como goteras que viven en el techo. Mi paso ya no era síncrono, de cada cien, noventa y nueve lanzaba con más fuerza la pierna derecha. Sentía el pulso de la sangre con el cambio del tamaño de mis sienes, y a todo esto, mis ojos no paraban de llorar; pedían con insistencia algo que terminé comprendiendo, querían que saliera de aquella habitación. De manera inmediata me dispuse a hacerlo pero fue entonces cuando el miedo volvió a paralizarme el cuello. Empujaba aquella puerta con todas mis fuerzas, puedo jurarlo, pero no conseguía hacer hueco para escapar. No había pomo. No había cerradura. No había forma de salir. La bilis apretaba mi vientre como si tuviera dos estómagos. Mis ojos seguían gritando y lo único que podía hacer era empujar, empujar aquella maldita puerta. Me detuve exhausto. Empecé a respirar y en ese mismo instante mis manos, hinchadas de cansancio, empezaron a envejecer, más, cada vez más; se desnutrieron de tal manera que la piel se adhirió al hueso dejando visible los bultos de cada vena. Luego se desprendieron de mi cuerpo a la altura de mis muñecas y cayeron al suelo. Pero el terror acabó de apoderarse de mí cuando éstas, inertes en el suelo, empezaron a moverse buscándose la una a la otra. Se agitaron hasta perderse por los rincones oscuros. Tristessa no hacía nada, sólo miraba con sus ojos de nada. Yo le decía: «¡Tristessa, mira, ya no tengo manos!» Pero no se movía, sólo miraba. Volví a coger fuerzas. Ahora mis piernas sólo debían de servir para crear violencia, no debían de andar, no les pedía que me sostuvieran de pie, lo único que necesitaba de ellas era que rompieran esa maldición de puerta. Pero era imposible, con cada golpe sentía que ésta era mucho más puerta, mucho más dispuesta a no dejarme salir. Fue tan grande el esfuerzo que cada nervio empezó a temblar dentro de su músculo lleno de fibras. Temblaba hasta las puntas de las uñas. Temblé tanto que se me cayeron los ojos. Los cuencos quedaron vacíos. Después el resto de huesos no resistieron tanta fatiga y se dislocaron uno a uno, primero el resto de mis brazos, luego las piernas. Todos los tendones quedaron libres sin nada que sujetar. Yo gritaba inmóvil en el suelo: «¡Tristessa ayúdame, sácame de aquí!» y fue entonces cuando escuché por primera vez su voz de tinieblas: «¿Acaso no sabes que aquí nadie llora, aquí nadie tiene miedo?». El timbre de su voz no consiguió intimidar mi desesperación y volví a gritarle mucho más fuerte «¡Tristessa por dónde escapas, déjame regresar a la vida de ahí afuera!», pero ella repetía «¿Acaso no sabes que aquí nadie llora, aquí nadie tiene miedo?». Después se acercó a cada uno de mis ojos; escuché cómo crujían cuando los masticaba con fuerza, cómo se hacían viscosos y se deshacían entre la saliva de su mandíbula. Luego tres segundos, en el primero la habitación se hizo grande, en el segundo la angustia se introdujo dentro de ella, en el tercero a Tristessa se le cayó la cola…