martes, 20 de diciembre de 2011

[Otra historia de esas del corazón]

Inevitablemente existe un momento en la vida de las personas donde no hay más remedio que detenerse y pensar. Por ejemplo pensar si es un buen momento para sacar los existencialismos de los armarios, pero también reflexionar en ese pequeño umbral que define cuándo lo que es de verdad pasa a ser de mentira y viceversa, ya que la mentira también tiene derecho a convertirse en verdad. Para que ustedes me entiendan vamos a fijarnos en Tandalaya y Marco:

 ¡Tandalaya!, ¿te falta mucho cariño?
– ¡Ay, Marco!, sabes que no me gusta que me den prisa.
– Pero si estás preciosa, ¡venga, termina que llegamos tarde!
– Espera un poco, no quiero que me vean rara.
– ¡Otra vez Tandalaya!, porque hayamos pasado de los 30, no estemos casados y no tengamos aún hijos no quiere decir que seamos raros.
– Ya sabes que no es sólo eso. Marco… ¿me quieres?
– Tandalaya, ¿sabes?, si tengo ilusiones en esta vida es sólo porque sé que tú estarás a mi lado.   

Les voy a decir que después hubo un momento de esos donde cada uno de ustedes puede imaginarse cualquier cosa, lo único que deben tener en cuenta es que finalmente salieron con retraso. Tandalaya y Marco se había conocido de manera extremadamente intensa. Su relación era un divorcio aparente pero sin reglas que los mantuvieran separados, más bien todo lo contrario, como dos magnetos que no paran de generar electricidad. Pero bien, para seguir con nuestra historia también es necesario que conozcamos a Sarah y a Victor:

– ¿Por qué no te pones la corbata que te regaló mi madre?
– Ya sabes que no me gusta llevar corbata.
– ¡Victor, nunca escuchas lo que te digo!
– Eso no es verdad, sabes que siempre te escucho.
– No porque siempre haces lo que tú dices.
– Eso es diferente a no escucharte.
– Victor…¿me quieres?
– Claro que te quiero Sarah, qué preguntas me haces.

El paradigma aceptado de la vida estaba representado por Victor y Sarah. Ambos se enamoraron como si alguien les hubiera lanzado una flecha, y claro, todo para ellos fue muy rápido, el noviazgo, la boda y el hijo que ambos esperaban. Se podría decir que la  intensidad  de su relación no atendía tanto a aspectos emocionales sino más bien a fuerzas externas y superficiales, aunque quizás sea lo normal cuando la edad aprieta.

Continuemos. Nuestras dos parejas salieron a cenar al mismo restaurante. Cada pareja cenó y conversó a su manera, pero eso sí, compartieron el mismo espectáculo, un ilusionista que había sido anunciado durante toda la semana y había generado bastante expectación. Su habilidad principal era controlar el  estado mental de las personas introduciéndolas en un profundo trance que los dejaba indefensos a sus órdenes, vamos, una hipnosis en todos los sentidos.

– Señoras y señores, sé que mucho de ustedes creen en una única realidad. Pues yo les diré  que creo en varias. Ustedes piensan que las paredes no flotan y que los techos son barreras para que no sigamos creciendo, pero yo les voy a demostrar que no hay límite que ponga  restricciones a nuestra mente y a su flujo de sentimientos. Para demostrarles que el único infinito que existe es el que se escapa de nuestro subconsciente voy a necesitar a dos voluntarios, una mujer y un hombre. Creo que ustedes dos podrán ayudarme – dijo el ilusionista señalando a Victor y a Tandalaya. Ambos salieron con timidez a mitad del escenario. El ilusionista les preguntó su nombre y bromeó con ellos para rebajarles un poco la tensión; tras comprobar que no se conocían, continuó –  la realidad es etérea porque depende de las percepciones. Tandalaya, cuando cuente hasta tres te despertarás completamente enamorada de Victor. Victor, cuando cuente hasta tres estarás locamente enamorado de Tandalaya. Esa será vuestra nueva realidad ahora. Uno, dos, tres…

Cuando ambos despertaron se miraron con tanta fuerza que hasta yo mismo tuve envidia de que ese amor no fuera mío. La gente empezó a aplaudir, incluso se escuchaban algunas risas, pero de repente el ilusionista, sin ningún tipo de improvisación, se desplomó en el suelo. Yo que soy médico me acerqué lo más rápido que pude y traté de reanimarlo, pero en aquel momento ya era inútil, el infarto que llevaba dentro de su pecho ya le había partido el corazón (a saber en cuántos pedazos). Pedí que prepararan un entierro. La gente no podía creerse lo que estaba ocurriendo. Las risas desaparecieron, aunque todo aquello ya era ajeno para Victor y Tandalaya pues seguían atrapados en su hipnosis de amor de verdad hecho de mentira. Quise enterarme días después cómo había terminado su historia pero creo que podría finalizar de esta manera, ya que tampoco resulta tan extraño pensar que en cualquier momento un amor aparentemente de verdad  pueda cruzar ese umbral descubriéndose que es de mentira.

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